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sábado, 12 de septiembre de 2015

CANTOS PARA MISA - CAMINARE EN PRESENCIA DEL SEÑOR - LETRA Y ACORDES - E...

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II
Acción de gracias
1. En el salmo 114, que se acaba de proclamar, la voz del salmista expresa su amor agradecido al Señor, porque ha escuchado su intensa súplica: «Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante; porque inclina su oído hacia mí el día que lo invoco» (vv. 1-2). Inmediatamente después de esta declaración de amor, se describe de forma muy viva la pesadilla mortal que atenazaba la vida del orante (cf. vv. 3-6).
El drama se representa con los símbolos habituales en los salmos: lo envolvían las redes de la muerte, lo habían alcanzado los lazos del abismo, que quieren atraer a los vivientes sin cesar (cf. Pr 30,15-16).
2. Se trata de la imagen de una presa que ha caído en la trampa de un cazador inexorable. La muerte es como un cepo que ahoga (cf. Sal 114, 3). Así pues, el orante acaba de superar un peligro de muerte, pasando por una experiencia psíquica dolorosa: «Caí en tristezas y angustia» (v. 3). Pero desde ese abismo trágico lanzó un grito hacia el único que puede extender la mano y arrancar al orante angustiado de aquella maraña inextricable: «Señor, salva mi vida» (v. 4).
Es una oración breve pero intensa del hombre que, encontrándose en una situación desesperada, se agarra a la única tabla de salvación. Así, en el Evangelio, gritaron los discípulos durante la tempestad (cf. Mt 8,25), y así imploró Pedro cuando, al caminar sobre el mar, comenzó a hundirse (cf. Mt 14,30).
3. Una vez salvado, el orante proclama que el Señor es «benigno y justo», más aún, «compasivo» (Sal 114,5). Este último adjetivo, en el original hebreo, remite a la ternura de la madre, aludiendo a sus «entrañas».
La confianza auténtica siente siempre a Dios como amor, aunque en algún momento sea difícil entender su manera de actuar. En cualquier caso, existe la certeza de que «el Señor guarda a los sencillos» (v. 6). Por tanto, en la situación de miseria y abandono siempre se puede contar con él, «padre de huérfanos, protector de viudas» (Sal 67,6).
4. Ahora comienza un diálogo del salmista con su alma, que proseguirá en el salmo 115, el sucesivo, que debe considerarse una sola cosa con el 114. Es lo que ha hecho la tradición judía, dando origen al único salmo 116, según la numeración hebrea del Salterio. El salmista invita a su alma a recobrar la calma después de la pesadilla mortal (cf. Sal 114,7).
El Señor, invocado con fe, ha tendido la mano, ha roto los lazos que envolvían al orante, ha enjugado las lágrimas de sus ojos, ha detenido su caída hacia el abismo infernal (cf. v. 8). El viraje ya es evidente y el canto acaba con una escena de luz: el orante vuelve al «país de la vida», o sea, a las sendas del mundo, para caminar en la «presencia del Señor». Se une a la oración comunitaria en el templo, anticipación de la comunión con Dios que le espera al final de su existencia (cf. v. 9).
5. Antes de concluir, repasemos los pasajes más importantes del Salmo, sirviéndonos de la guía de un gran escritor cristiano del siglo III, Orígenes, cuyo comentario en griego al salmo 114 nos ha llegado en la versión latina de san Jerónimo.
Leyendo que el Señor «escucha mi voz suplicante», explica: «Nosotros somos pequeños y bajos, y no podemos aumentar nuestra estatura y elevarnos; por eso, el Señor inclina su oído y se digna escucharnos. En definitiva, dado que somos hombres y no podemos convertirnos en dioses, Dios se hizo hombre y se inclinó, según lo que está escrito: "Inclinó el cielo y bajó" (Sal 17,10)».
En efecto, prosigue más adelante el Salmo, «el Señor guarda a los sencillos» (cf. Sal 114,6): «Si uno es grande, se enorgullece y se ensoberbece, y así el Señor no lo protege; si uno se cree grande, el Señor no tiene compasión de él. En cambio, si uno se humilla, el Señor tiene misericordia de él y lo protege. Hasta tal punto que dice: "Aquí estamos yo y los hijos que el Señor me ha dado" (Is 8,18). Y también: "Me humillé y él me salvó"».
Así, el que es pequeño y humilde puede recobrar la paz, la calma, como dice el salmo (cf. Sal 114,7) y como comenta el mismo Orígenes: «Al decir: "Recobra tu calma", se indica que antes había calma y luego la perdió... Dios nos creó buenos y nos hizo árbitros de nuestras decisiones, y nos puso a todos en el paraíso, juntamente con Adán. Pero, dado que, por nuestra decisión libre, perdimos esa felicidad, acabando en este valle de lágrimas, por eso el justo invita a su alma a volver al lugar de donde había caído... "Alma mía, recobra tu calma, que el Señor fue bueno contigo". Si tú, alma mía, vuelves al paraíso, no es porque seas digna de él, sino porque es obra de la misericordia de Dios. Si saliste del paraíso, fue por culpa tuya; en cambio, volver a él es obra de la misericordia del Señor. Digamos también nosotros a nuestra alma: "Recobra tu calma". Nuestra calma es Cristo, nuestro Dios» (Orígenes-Jerónimo, 74 Omelie sul libro dei Salmi, Milán 1993, pp. 409. 412-413).

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